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Gentrificación
Casco Viejo de Iruñea, entre la turistificación y la pacificación
Para saber qué barrio habitamos y queremos construir, alguien con responsabilidad política debería tener en cuenta datos desde la perspectiva evolutiva y asociándolos a dinámicas de ocio, consumo, vivienda, residencia, ingresos y estilos de vida de la gente que aquí vivimos.
No, el título no quiere ser una frase recurrente. Es lo que hay. Pese a quienes, instalados en el negacionismo de los hechos consumados han convertido la ceguera en la mejor de sus alianzas, deciden interesadamente silenciar o maquillar su actual deriva. La de este barrio con nombres y apellidos, ese en que viven gentes de toda la vida y de anteayer, que sobrellevan como pueden una agresión urbana y medioambiental sin precedentes. Que soportan un desamparo institucional que debería ser rescatado por los tribunales. Un barrio camino de perder su historia a manos de una reciente especulación enloquecida. Un barrio que cada vez es menos barrio y más un supermercado donde las vecindades a pie de obra se han fragilizado, donde se han roto las ayudas mutuas, esos vínculos de solidaridad intravecinal y esa capacidad de disfrutar la vida sin que esta sea amargada por las actuales noches de insomnio. Un barrio sí, alegre y divertido y de moda. Pero también pacificado donde ha desaparecido todo signo de conflicto social. Este barrio tiene, según un reciente mapeo municipal, unas 352 entidades y colectivos, publicas y privadas de diverso pelaje. Muchas. Tantas que tocamos a 31 asociaciones por cada 1.000 habitantes en el Casco Viejo. Pero pareciera que muchas han olvidado su origen, su trayectoria y hasta su historia. Porque apenas queda gente que grite, que resista, que se plante, que proteste, que cuestione las actuales políticas socialdemócratas y conservadoras que están configurando el modelo actual de nuestro barrio. Y en esto, el buenrollismo, la participación como mantra y la dinamización a golpe de días de la txistorra, la tortilla o el rosado, han tenido arte y parte. Se calcula que el Casco Viejo soporta el 85% de los actos y eventos de todo tipo y condición que se programan en Pamplona. Vamos, que somos el contenedor lúdico-festivo de la ciudad. Y eso nos convierte más en pacientes receptores de una turistificación interna que en residentes de nuestro barrio.
Si les parece que servidor exagera les invito a compartir algunos datos que hablan por sí mismos. Que indican ciertas tendencias. Y sí, servidor cree que este barrio se puede salvar. Pero para eso hace falta valor. Y apuesta política de altura y estrategia, urbana, social y económica también. También reconoceré que este barrio ha mejorado en muchas cosas. Y no lo negaré. Pero les aseguro que puestos a usar la balanza este barrio pierde. Pierde calidad de vida, la de su vecindad. Y pierde ese derecho que es el derecho a la ciudad que ya nombrara David Harvey. Porque ganar un barrio significa abrir y desatar el conflicto contra los intereses del capital. Otra cosa es que el poder y los discursos hegemónicos insistan en que nunca jamás este barrio había estado tan animado. O incluso que pudiera estarlo más. Y es que habría que analizar los costes de esa satisfacción, más simbólica y espectacularizada que real. Porque esa supuesta dinamización ni es real, ni equitativa y mucho menos proporcional. Por eso conviene no hablar a la ligera.
Se calcula que el Casco Viejo soporta el 85% de los actos y eventos de todo tipo que se programan en Pamplona. Somos el contenedor lúdico-festivo de la ciudad y eso nos convierte más en pacientes receptores de una turistificación interna que en residentes de nuestro barrioHay una idea fuerza muy manejada por ciertos partidos de derecha y de izquierda neoliberal de nuestra capital que dice que no estamos tan mal como otras ciudades, véase Donostia, Málaga o Barcelona. Esto también es muy compartido por ciertas asociaciones vecinales y una gran parte de la ciudadanía de Iruñerria que considera el Casco Viejo como su lugar de exaltación festiva por excelencia y que ignora que aquí, también se vive. O se debería poder vivir bien. Esta idea es compartida por políticos y representantes políticos que, amparados en el buenrollismo social, ignoran y desconocen que otros sufren. Por políticos y asesores de políticos que, sabedores de las dinámicas segregacionistas y vulnerabilizantes, miran para otro lado y por políticos para los que esta deriva no está en su agenda porque lo consideran un problema menor o porque sencillamente no existe. Y también por políticos que se creen que con lo hecho se bastan y sobran para presentar credenciales de eficacia, eficiencia y demás indicadores. Y sentirse bien, cómodos e incluso progresistas expertos en nuevos ciudadanismos y estrategias de reordenación socio urbana del barrio. El último ejemplo es la aprobación de una enmienda que modifica el articulo 87,3 del PEPRI a instancias de Geroa Bai y apoyada por UPN. Pues bien, esta enmienda permitirá que el protestado Hostel de Unzu pueda levantarse sin pudor en medio de una plaza ya turistificada hasta su ultimo rincón.
Insisto, no diré que no se han mejorado ciertas cosas, pero aquí me trae nombrar las tendencias que nos están llevando a esa pre-gentrificación y consumada turistificación de un barrio-marca. Esas tendencias que están indicando un desplazamiento en la composición de clase del tejido urbano del Casco Viejo. Porque hay que seguir nombrando las clases sociales. Servidor opina que lo importante es frenar en seco esa tendencia. Porque nuestro barrio está siendo transversalizado y fagocitado por la políticas de ocio, negocio y especialización de usos definidos por el ocio nocturno, con sus noches low cost mercantilizadas de manera salvaje y desinhibida, la constante festivalización de sus calles, la atomización de actos, el uso y el abuso de suelo público, la ultracapitalización de cada metro cuadrado de sus calles y el extractivismo hostelero, esa práctica esquilmadora del espacio público de la ciudad como valor de cambio y beneficio privado sin retorno alguno.
En los últimos siete años se han abierto 70 bares más en Iruñea. En el Casco Viejo tocamos a 15 bares por cada 1.000 habitantes, mientras que en Iruñea en su conjunto la proporción toca a 6,7
Pero vayamos por partes. En 2006, fecha pre-crisis, el Ayuntamiento decidió cambiar la normativa que hasta ese momento amparaba al vecindario del Casco Histórico ya que estaba declarado zona saturada de bares. Para ello se modificó el PEPRI que prohíbe toda actividad salvo las vinculadas a cierto ocio: cafeterías, restaurantes, hoteles, etc. En enero de 2011 entró en vigor la Ley Antitabaco que generó, entre otros efectos, la progresiva ocupación de la calle por parte de muchos hosteleros. A partir de ese momento la proliferación de nuevos negocios hosteleros invadió de nuevo el Casco Viejo bajo el mantra y el discurso narrativo de la salvación del Casco Viejo a costa de la turistificación, la saturación de eventos y la “baretización” de casi todo el territorio. Y es que el neoliberalismo ha sabido reconducir nuestros gustos, emociones y aficiones. Lo vemos en este barrio donde cada vez hay más bares, gastrobares y establecimientos especializados en ese ocio nocturno de la distinción, ese ocio que también participa y sigue sosteniendo una ciudad neoliberal, heteronormativa y patriarcal. Y es que según datos de la asociación Spain Nightlife, uno de cada tres turistas tiene en cuenta las propuestas que ofrecen los destinos españoles para la noche a la hora de decantarse por un enclave para sus vacaciones. Y más, sabemos que el turismo aporta más del 11% del PIB nacional, pero es que el ocio nocturno es responsable de casi un 3% de ese porcentaje. Así que el mantra del turismo como factor de revalorización del espacio, de las ciudades y hasta de la propia vida, es un concepto contra el que es difícil luchar, que no argumentar. De hecho, el 69% de los comerciantes de Pamplona considera positivo el turismo para la actividad comercial, proporción que se eleva hasta el 76% en el Casco Antiguo. Quizás por eso en los últimos siete años se han abierto 70 bares más en Iruñea. Con sus terrazas y todo. A finales de 2017, según datos municipales, había concedidas 665 licencias para ocupación de vía pública con terrazas. En la actualidad, según datos municipales, hay en el Casco Viejo 173 bares y cafeterías. O sea, tocamos a 15 bares por cada 1.000 habitantes. Iruñea en su conjunto tiene 6,7 bares por cada mil habitantes. Así que no es de extrañar que el consumo intensivo de alcohol entre jóvenes de 14 a 29 años del Casco Viejo se sitúe en el 39,1%, dos puntos por encima de la media de Navarra situada en el 37,8%.
Estas y otras tendencias están teniendo un efecto sobre la población, sobre la estructura social, sobre la vida del propio barrio. Y quien quiera gobernar debe conocer estas dinámicas, cifras y tendencias. Por ejemplo, según datos extraídos de portales inmobiliarios de Pamplona, los alquileres en el casco Viejo han subido un 26% entre 2014 y 2018. Según datos del propio ayuntamiento, en 2017, una persona joven pamplonesa debía destinar en torno al 62% de su salario mensual al pago de la vivienda. Pero si el 28% de los jóvenes menores de 34 años del Casco Viejo (Datos 2108 SEPE) se encuentran en paro, calculen las dificultades de este grupo para acceder a una vivienda, lo que evidencia la necesaria inversión en recursos juveniles más allá de otras inversiones en ocios variados. Por otro lado, este barrio ha perdido un 5,8% de su población desde 2008 hasta 2018. Y también ha perdido población infantil desde 2010 hasta hoy mismo. Casi un 9,4%. Es decir, nacen menos niños y niñas o se marchan del barrio con sus familias. En el Casco Viejo hay un índice de dependencia senil del 38,4% (en Navarra el 29,5%) lo que nos obligaría a pensar en más recursos públicos para este sector de población. Entre 2008 y 2018 un 36% de la población inmigrante nos ha abandonado. Se han ido a otros barrios. A otros en los que la vivienda es más barata. Y aquí se encarece por las dinámicas relacionadas con el uso del suelo y sus destinos comerciales.
Entre 2008 y 2018 el paro en el Casco Viejo aumentó un 11,7% (datos SEPE), siendo el sector de la hostelería el sector que más paro ha generado, un 16,3% del total de las actividades, según datos del SEPE. Según CCOO el 40 por ciento de las personas que trabajan en Navarra en el sector de la hostelería lo hace a jornada parcial y un 39 por ciento con un contrato temporal. Mencionar asimismo que un 66% de los y las paradas del Casco Viejo no reciben prestación por desempleo y que la tasa de riesgo de pobreza severa de nuestro barrio en 2016 era del 16,7%. Tres puntos por encima de la media de Pamplona situada en 13,4% (datos Gobierno Navarra) Para compensar esta situación, la Renta Garantizada tiene un efecto de cobertura importante en nuestro barrio. Somos el quinto barrio de Pamplona en volumen de prestaciones económicas destinadas a su población más vulnerable. Leído de otra manera, somos el quinto barrio más necesitado de Iruñea.
Los alquileres en el Casco Viejo han subido un 26% entre 2014 y 2018. Entre 2008 y 2018 un 36% de la población inmigrante nos ha abandonado. Se han ido a otros barrios donde la vivienda es más barata. Y aquí se encarece por las dinámicas relacionadas con el uso del suelo y sus destinos comerciales
Estos son solo algunos datos. Alguien con responsabilidad política debería leerlos desde la perspectiva evolutiva y asociándolos a dinámicas de ocio, consumo, vivienda, residencia, ingresos y estilos de vida de la gente que aquí vivimos. Para saber qué barrio habitamos, para saber qué barrio queremos construir. Y no, no basta con decir que el problema del Casco Viejo es de convivencia nocturna, porque eso, siendo cierto, es el síntoma de un modelo de preturistificación y modelo de barrio que responde a intereses de clase. Por eso, y a modo de ejemplo, si se quiere abordar el problema de la vivienda, la saturación hostelera, el creciente incremento de pisos y apartamentos turísticos o la creación del Hostel de Unzu y el impacto que tendrá si se lleva cabo en la transversalización de dinámicas especulativas como el alquiler, estos datos hay que tenerlos en cuenta. Para elaborar estrategias que reconquisten la verdadera ciudadanía de la vecindad de este casco viejo. Porque como insiste David Harvey, “debemos imaginarnos una ciudad más inclusiva, aunque siempre conflictiva, basada no sólo en una diferente jerarquización de los derechos sino también en diferentes prácticas políticas y económicas. Si nuestro mundo urbano ha sido imaginado y luego hecho, puede ser re-imaginado y re-hecho. El inalienable derecho a la ciudad es algo por lo que vale la pena luchar. El aire de la ciudad nos hace libres, solía decirse. Pues bien: hoy el aire está un poco contaminado; pero puede limpiarse.”